miércoles, 1 de agosto de 2007

...escucha el canto de la sirena...


Llora una mujer sentada en el suelo de un andén, espera al tren, un minuto, ya está aquí. Mientras llega se le pasa por la cabeza saltar justo delante, llegar al otro lado o quedarse en el camino, coge impulso, se decide y... nada. Se abren las puertas, hace un hueco entre el barullo de rostros desencajados y, nerviosa, comienza a mirar a todos lados, le busca a él. Busca su sonrisa, esa que le llenaba de fuerzas para soportar minuto a minuto tantos latidos y tan pocos proyectos, tan pocas ilusiones. Él no está, se fué. Mira el calendario de su teléfono móvil, mira la hora, hace un año ya, parece que esta mañana fue la primera vez que se despertó sin el calor de su cuerpo a su lado. Maldito Abril. Llueve.

Un mes después, misma situación. Esta vez él, que no es él, es otro, espera el mismo tren, en la misma estación, pero en sentido contrario. Desde hace un mes ya no piensa en ella, en ella que se fué, piensa en otro rostro, en una chica tirada en el suelo de aquella misma estación. No ha vuelto a verla pero cada día de los últimos treinta cogía su cuaderno al llegar a casa e intentaba sacar un boceto de aquella cara. ¿Dónde estará? No ha vuelto a verla y ha llegado Mayo, el día dos, y ahora, más que nunca, la necesita. Maldito Mayo. Ciertas personas le han restado meses del año y desea que aquel “para siempre” se termine mañana. Llueve, hoy tambien, está calado hasta los huesos y estornuda. La gente le mira raro.

Dos personas, un mes de diferencia. Ha oscurecido cuando llegan a casa con las fuerzas justas para alcanzar el sofá. No es la lluvia la que moja sus mejillas esta vez. Abren sus cajitas, la de ella adornada con estrellas doradas, la de él con hojitas de maría pintadas con rotulador verde. Sacan la china, el papel, buscan un cigarrillo. Él lleva el tabaco en el bolsillo de los pantalones, ella revuelve en su bolso hasta que lo encuentra. Queman, el aroma les hace sentirse más agusto. Él se lo lía de derechas, ella al revés. Durante ese momento sus mentes se quedan en blanco, concentradas en alzanzar la perfección de la papiroflexia. Ella lo prensa más que él, en realidad a ella le quedan mucho mejor pero ambos siempre quedan satisfechos. Ella piensa en él, que no es él, es el otro. Él piensa en ella, que sí es ella, y abre su cuaderno por una nueva página. Escribe, “súbete a mi lápiz...”

1 comentario:

Moonmask dijo...

me gusta mucho este post,como el cuadro...colgado en un sitio privilegiado de mi cuarto...